No sé si habrá alguien que aún no sepa que soy argentino, aunque lo dudo porque soy bastante insistente con el tema (el nombre de La Chimichurrería, ejem, ejem). Igual yo, por las dudas, lo repito: soy argentino, un argentino enamorado de Madrid que lleva en España más de veintidós años, y, aunque sé disfrutar de un buen cocido madrileño, de unos callos o de un bocata de calamares, una de las cosas que más extraño de mi tierra son los asados. Oh, los asados.
Un asado no es sólo una comida, es un ritual. Es una ceremonia que une a familias y amigos alrededor de una parrilla para compartir anécdotas, risas y algún que otro vino.
El asado comienza en el mismo momento en el que se decide hacer un asado. Siempre con el debate recurrente de si mejor leña o carbón, y continúa con el análisis pormenorizado del tipo y cantidades de cortes de carne necesarios según la cantidad, diversidad y preferencias de los comensales o del bolsillo de quién está haciendo la compra.
Después llega la preparación del fuego, ese momento mágico en que la leña empieza a arder, y el aire empieza a tener ese olorcito a amistad, a familia, a raíces. Si hay quince millones de familias argentinas hay quince millones de formas diferentes de prender el fuego; y obviamente, la de mi familia es la mejor. Cuidar las brasas es una tarea meticulosa y esencial, hay que ir moviendo o añadiendo más leña para conseguir unas brasas parejas, que no llamas, que cocinen la carne lenta y uniformemente.
El asador, como el director de una orquesta, maneja cada detalle con paciencia, dedicación y precisión. Coloca los cortes de carne en la parrilla, ajusta la altura de la parrilla y controla constantemente el fuego y los tiempos de cocción de los distintos tipos de cortes de carne, cada uno tiene su ritmo, su tiempo, y conocerlos es un arte que se transmite de generación en generación.
Finalmente, el asador, ese héroe sin capa, empieza a servir los primeros cortes. Y es en ese instante en el que el asado argentino se distingue. Alguien grita: “¡Un aplauso para el asador!” y, ahí, todos los presentes, sin excepción, estallan en un largo aplauso acompañado de silbidos y gritos de alegría. Cuando estos terminan, el asador, con una mezcla de vergüenza y orgullo, sonríe y pregunta: “¿Está rico?”.
Esto, que es parte del ritual del asado, es una acción casi automática, pero cargada de significado. Este aplauso simboliza mucho más que la aprobación de una comida bien hecha. Es un reconocimiento y una valoración al tiempo, esfuerzo y dedicación del asador. Es una forma de expresar gratitud, respeto y admiración por quien ha dedicado horas a crear un momento de conexión.
Y este es un tipo de reconocimiento que necesitamos en nuestras vidas. Una pequeña ovación que valide el esfuerzo, el tiempo y el profesionalismo que ponemos en nuestras tareas diarias y que, muchas veces, parece que pasa desapercibido en la rutina. Porque, seamos sinceros, últimamente estamos demasiado enfocados en los errores, en la mejora continua, en el feedback negativo constructivo, y estamos dejando de lado, más veces de las debidas, el celebrar nuestros aciertos.
Claro que el feedback que nos hace crecer es el constructivo, y claro que no vamos a dar palmaditas en la espalda a alguien solo por hacer lo que tiene que hacer, pero estoy seguro de que a tu alrededor hay, al menos uno, grandes profesionales que se esfuerzan cada día, que dan ese extra mile, que salen de su zona de confort, que consensúan un disagree and commit, que son los que de verdad hacen que los proyectos se muevan. Estas personas se merecen de verdad un gracias, un buen trabajo, un sigue así.
No somos conscientes de todo el bien que podemos generar con un simple gesto de reconocimiento. Un pequeño gesto puede hacerle ver a alguien que su trabajo es importante, que vale la pena, que ellos también son importantes y valen la pena; y puede ser justo lo que necesitan para no abandonarlo todo, para mantener la motivación o, simplemente, para seguir haciendo las cosas bien.
Así que, en homenaje a todos esos asadores de nuestras vidas, que a veces vienen en corte de mánagers, de desarrolladores, de diseñadores, o de tantos otros roles, aplaudamos no solo los grandes triunfos como ese hotfix hecho en tiempo récord o esa idea innovadora que se conviertió en realidad, o ese lanzamiento exitoso, sino también por todo lo extraordinario que hacen día a día y que parece que no se ve. Porque al final del día, un aplauso, unos silbidos o unos gritos de alegría pueden ser la chispa que prenda el fuego de la motivación, el esfuerzo y la excelencia.
¡Un aplauso para el asador! ¡Un aplauso para ustedes! 👏🔥🪵
P.D: Es importante destacar que en La Chimichurrería respetamos y también queremos mucho a los vegetarianos, veganos y otros estilos de vida y alimentación. Cada día hay más alternativas para que los asados sean verdaderamente inclusivos, y nos alegramos por ello.
Grande Nico! Acabo de leer el primero y ahora este. Aquí tienes un procrastinador profesional disfrutando de los textos que escribes. Un abrazote desde Sevilla
Están invitados a pasarse por Murcia, prepararemos una barbacoa! Que digo! 100% dispuesto a aprender las artes del asado. Abrazo fuerte